A les Illes ha corrido siempre la leyenda urbana de que los illencs, muy castos cuando están en casa , se pasan al Top 10 de la depravacíon cuando salen fuera.
En los innumerables días que me ha pasado en Barcelona a lo largo de mi vida, cada día prácticamente he visto illencs, pero nunca, digo nunca, me he encontrado a ninguno en el sexo colectivo. Sólo dos, y además con gran frecuencia, iban a la sauna a hacerse chaperos.
Por el estilo me ha dado la sensación de que la gran mayoría va a triunfar, a ser vistos como "alguien diferente" y también encontrar al "distinto a los demás" en contrapartida.
Y como las autoprofecías tienden a cumplirse, el soñado aparece y después ¿...?
Recuerdo un caso al respecto de la búsqueda de la perfecta media naranja. Apareció una cara nueva en el ambiente y como estaba potable fue objeto de deseo. Un chico que por lo visto puso expectativas al poco tiempo le dijo "pensaba que eras distinto, pero he visto que eres una cualquiera".
Y llegaron los sistemas telemáticos que permiten las relaciones a distancia. Al encender el aparato aparecen enfrente inmensas llanuras en donde puede surgir "el que no es como los ordinarios de nuestra cotidianeidad"
Esto le ocurrió al que llamarenos Sabur. Conoció por Internet a un mexicano y después de poco tiempo se decidió a ir a México a conocer al que iba a ser el hombre de su vida y del que ya se había enamorado perdidamente.
Sabur, al momento futuro ex-versátil, dejó clara la compatibilidad en la cama, el mexicano le confrmó que se la metería y que también era pasivo.
Una vez en reunidos, Sabur tuvo una mala noticia que a punto estuvo de dar al traste con todo. Había habido una confusión y resultaba que cuando el mexicano dijo que era pasivo no se refería a que ponía el culo sino a que no hacía nada...o casi. Se alargaba con la polla tiesa y Sabur se tenía que sentar encima y menearse como le diese la gana. Vamos, que el mexicano era como una tabla con clavo.
Un plato único tan escueto no entusiasmaba a Sabur, pero puesto en la disyuntiva de tómalo o déjalo, lo tomó. Y oh sorpresa, apareció un pollón gordo de 27 cm. con forma ligeramente cónica, de manera que la base era de un grosor exagerado.
La primera vez Sabur sólo consiguió meterse la puntita, pero como la voluntad todo lo alcanza, después de unas sesiones logró meterse hasta el último centímetro. Y fué en este momento en que sucedió el prodigio que traería consecuencias. Sabur experimentó un placer que ningún humano antes había siquiera podido concebir. Un éxtasis divino lo embargo y los dioses mexicanos celosos de que un humano conociera sus dominios le lanzaron una maldición: a partir de ese momento solamente experimentaría placer con pollones descomunales y buscaría en vano una réplica de aquel pollón que había sido capaz de transportarlo a un reino de otro mundo.
Tu meta es la excelencia
Según el Gita lo que importa no es lo que hagas sino como lo hagas.
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